Ciencia Bajo Vela

La travesía del velero: Viento y física en acción

Por Reinaldo Romero

05 de julio 2025

Por Reinaldo Romero

05 de julio 2025

Mare Nostrum, un Bavaria Cruiser 37, surcando el mar con la armonía de la ciencia y el arte del viento.

Prefacio

Durante algunos años, enseñando Náutica y Maniobras a futuros Patrones Deportivos de Bahía y Capitanes Deportivos Costeros, me he enfrentado a un desafío fascinante: explicar los principios físicos que sustentan la navegación a vela. He observado cómo los ojos de mis alumnos se iluminan cuando comprenden cómo un velero puede navegar contra el viento, pero también esa mirada de confusión cuando los conceptos de sustentación, circulación y fuerzas aerodinámicas se entrelazan en una danza compleja que no siempre es fácil de desentrañar.

Fue durante una reflexión posterior a clase cuando me di cuenta de que estaba ante un territorio fascinante pero árido para muchos: un área donde la física se vuelve protagonista, pero donde la pedagogía tradicional a menudo se queda corta. ¿Cómo hacer que lo complejo se vuelva accesible?

La respuesta llegó con una imagen que siempre me ha acompañado: la sensación de no estar solo a bordo. Más allá de la tripulación humana, existe otra tripulación invisible pero omnipresente, trabajando en perfecta sincronía para lograr lo imposible: que un velero vuele sobre el agua impulsado por el viento.

Así nació la idea de este ensayo: dar vida a esos principios físicos, convertirlos en personajes con nombre propio. Kelvin, el maestro de la circulación; Bernoulli y Venturi, los ingenieros de las presiones; Coandă, el guía del flujo; Kutta, el maestro del final; Newton, el impulsor universal. Cada uno con su historia y misión específica en la gran sinfonía de la navegación.

Para mí, estos personajes no son una simple metáfora literaria. Son reales, presentes en cada maniobra, en cada momento en que el viento llena las velas y el velero cobra vida. Los he visto trabajar juntos cientos de veces, y he aprendido a reconocer sus voces en el silbido del viento y el murmullo del agua contra el casco.

Este artículo nace de la necesidad de hacer visible lo invisible, de dar forma narrativa a la ciencia, de convertir la complejidad en una historia que pueda ser contada, comprendida y disfrutada. Es un intento de tender un puente entre el rigor técnico que exige nuestra disciplina y la poesía inherente que vive en cada velero que surca los mares.

No es un texto técnico al uso. Es un cuento mágico donde la física se vuelve protagonista, donde los principios científicos cobran vida y personalidad, donde la navegación se revela como lo que realmente es: una danza cósmica entre el ser humano, el viento, el agua y las leyes inmutables del universo.

Invito al lector a embarcarse en esta travesía particular, donde descubrirá que nunca navega solo, que siempre lleva consigo una tripulación extraordinaria: invisible a los ojos, pero evidente para quien sabe escuchar al viento y sentir el timón.

Que comience la travesía

Imagina que te haces a la mar en un velero, las velas tensadas como alas, el horizonte abierto y el mar susurrando bajo el casco. No navegas solo. A tu lado, una tripulación invisible pero poderosa se alista para ayudarte a guiar la embarcación entre viento y agua. No aparecen en la bitácora, pero apenas despliegas las velas, son los primeros en presentarse: Kelvin, Coandă, Bernoulli, Venturi, Kutta y Newton.
Cada uno cumple un rol único: convierten la brisa en impulso y canalizan las fuerzas sobre el casco, la quilla y la pala del timón para llevar al velero hacia su destino, ya sea desafiando al viento en ceñida o volando con él en rumbos portantes. De ellos se trata esta travesía: de los principios invisibles que hacen posible navegar con el viento como aliado.

El viento aparente

El viento no llega solo desde el horizonte. Al avanzar, el velero genera su propio flujo: una combinación entre el viento real y el producido por su movimiento. Esa suma da origen al viento aparente, verdadero combustible del sistema propulsor a vela. Como Capitán, lo reconoces de inmediato: más intenso y frontal que el viento real, es el que realmente sienten las velas.

Tu arboladura —en configuración sloop— se alza lista para captarlo: un mástil firme, un foque a proa y una vela mayor aguardando órdenes. Bastan tus manos en las escotas y tu ojo en el ángulo de ataque para decidir si enfrentar el viento en ceñida o abrir las velas en rumbos portantes. Cada ajuste convierte el viento aparente en propulsión.

“¡A trimar las velas: más velocidad o más empuje, pero siempre avante!”, ordenas. Y así, guiado por tu estrategia y la lectura del viento, el velero cobra vida, avanzando con elegancia entre las olas.

Kelvin, el maestro de la circulación

William Thomson, Lord Kelvin desde 1892 (1824–1907), físico y matemático británico, formulador del teorema de circulación que explica la dinámica de fluidos alrededor de superficies como las velas.

A bordo, Kelvin, el maestro de la circulación, observa desde la cubierta con una mirada profunda. Su misión es crear y mantener la circulación del aire alrededor de la vela, esa danza invisible que transforma una simple tela en un generador de sustentación. «Sin circulación, no hay magia alar», murmura.

Cuando el viento encuentra el gratil, no solo lo roza: lo abraza con precisión en una danza que divide el flujo en dos caminos. Y como profetizó Kelvin, esa danza crea una corriente que rodea la vela con la persistencia de un conjuro. Es esa circulación —ese giro eterno— la que convierte el viento en empuje y el velero en flecha alada.

Al iniciar el movimiento, Kelvin orquesta el nacimiento de un vórtice inicial que se desprende de la baluma, estableciendo para siempre la circulación estable. Una vez establecida, el aire por sotavento corre más rápido, mientras que por barlovento se frena, creando la asimetría que enciende la sustentación y permite que las velas actúen como alas verdaderas.

Coandă, el guía del flujo

Henri Coandă (1886–1972), pionero de la aerodinámica, cuyo estudio del flujo de fluidos sentó las bases para comprender fenómenos como el efecto que hoy lleva su nombre, aplicado en aviación y navegación.

Coandă, el guía silencioso, acompaña a las velas con su presencia sutil, su mirada atenta fija en la curva de sotavento. En los rumbos de ceñida, el Efecto Coandă susurra al aire, invitándolo a abrazar la superficie de la vela como un río que acaricia las curvas de su cauce. «¡Permanece unido!», murmura al flujo, siguiendo la forma aerodinámica para evitar la temida separación.

Su papel, aunque discreto, es esencial cuando las velas se transforman en alas: asegura que el aire fluya suave y continuo, adherido a la lona como si una fuerza invisible lo guiara. En la sinfonía orquestada por Kelvin, Coandă es el fiel aliado que perfecciona la danza del viento, manteniendo la armonía del flujo.

Bernoulli y Venturi, los ingenieros de las presiones

Daniel Bernoulli (1700–1782), físico y matemático suizo, cuyas investigaciones sobre la presión y la velocidad de los fluidos dieron origen al principio que lleva su nombre, fundamental para la sustentación en velas y alas.

Bernoulli, el ingeniero jefe, se yergue en el corazón del velero, su mirada afilada calculando con precisión milimétrica. Con su Principio, desentraña el misterio de las presiones: «Donde el aire acelera, la presión mengua», proclama con la certeza de un matemático que dialoga con el viento.

A su lado, Venturi, su fiel compañero, traduce esta verdad en la danza práctica de la vela. Mientras el aire acaricia la cara de sotavento, acelerándose como un río canalizado en una curva estrecha, murmura: «La forma de la vela guía el flujo, y la presión se desvanece en su rapidez».

Pero la verdadera magia no reside solo en ellos. Es la circulación, orquestada por el maestro Kelvin, la que teje el hechizo: un giro invisible que envuelve la vela y genera la asimetría del flujo. Esta circulación, junto con la forma aerodinámica de la vela, da vida a una sinfonía de presiones: baja en sotavento, alta en barlovento.

Juntos, Bernoulli y Venturi transforman esa diferencia en una fuerza que impulsa el velero contra el viento, como si el mismísimo océano conspirara para hacerlo volar. Bernoulli aporta la ley universal; Venturi, la elegancia de hacerla tangible en la curva de la lona.

Kutta, el maestro del final

Martin Wilhelm Kutta (1867–1944), matemático alemán, coautor junto a Nikolai Zhukovsky del teorema de circulación, base fundamental para explicar la generación de sustentación en alas y velas mediante el flujo de fluidos.

En la popa, Kutta, el maestro del final, vigila la baluma con la precisión de un relojero. Con la Condición de Kutta, asegura que el flujo de sotavento y barlovento se reúna en un punto preciso en ceñida, saliendo tangencialmente como dos ríos que se unen al mar sin crear turbulencias. «¡La salida debe ser limpia!», ordena, estabilizando la circulación que Kelvin inició. Kutta fija la intensidad del flujo, asegurando que la sustentación sea constante y predecible cuando las velas actúan como alas.

Newton, el impulsor universal

Isaac Newton (1643–1727), físico y matemático inglés, cuyas leyes del movimiento y gravitación universal sentaron las bases de la mecánica clásica, fundamentales para comprender las fuerzas que actúan en la navegación a vela.

Newton, el impulsor universal, está presente en cada maniobra, transformando las fuerzas en movimiento. En los rumbos portantes, especialmente en popa redonda, brilla con toda su gloria: cuando las velas se abren como un paracaídas, capturando el viento que sopla desde atrás, Newton invoca su tercera ley: «Por cada acción, hay una reacción igual y opuesta.» El viento empuja la vela, y la vela empuja el velero hacia adelante, transfiriendo su impulso al casco. «¡El viento es la acción, el movimiento es mi reacción!», proclama Newton, su voz resonando mientras el velero surfea las olas con el viento a favor.

En ceñida, Newton revela algo más sutil pero igualmente poderoso: cuando las velas actúan como alas, la fuerza de sustentación que generan —dirigida perpendicular al viento aparente— es el resultado de la compleja interacción entre el aire y la vela, donde la circulación y la conservación del impulso son clave. Por su tercera ley, la reacción que ejerce la vela sobre el casco es la que lo impulsa hacia adelante. La quilla, firme bajo el agua, contrarresta la deriva lateral, permitiendo que el componente propulsivo de esa sustentación convierta al velero en una máquina capaz de avanzar incluso contra el viento.

La quilla

En la imagen se aprecia un velero con quilla corrida, una estructura integrada al casco que se extiende de proa a popa a lo largo de la línea de flotación, aportando estabilidad, buen rumbo y mayor seguridad estructural.

Bajo el casco, la quilla se extiende como un ala invertida sumergida, diseñada para transformar la resistencia lateral en control y avance. Su perfil hidrodinámico —delgado y afilado como una espada— está concebido para cortar el agua con mínima fricción y máxima eficacia.

Cuando el velero intenta derivar, empujado por el viento, el flujo de agua impacta la quilla formando un ángulo con su perfil: este es el ángulo de ataque, definido como el ángulo entre la dirección del flujo de agua y la línea de referencia de la quilla. Aunque no es visible a simple vista, este ángulo determina cómo el agua se desliza y se separa alrededor del perfil, generando fuerzas hidrodinámicas esenciales para la navegación.

Esta interacción provoca una circulación desigual: el agua se acelera por un lado y se ralentiza por el otro, creando una diferencia de presión que, según Bernoulli y Venturi, da lugar a una fuerza de sustentación hidrodinámica perpendicular al flujo, que empuja la quilla hacia barlovento.

El efecto Coandă complementa este proceso al hacer que el agua se adhiera a la superficie curva de la quilla, facilitando un flujo suave y continuo que reduce la separación prematura y la turbulencia, mejorando así la eficiencia de la sustentación.

Al mismo tiempo, la tercera ley de Newton explica que al desviar el flujo de agua, la quilla ejerce una fuerza sobre el agua y, por reacción, recibe una fuerza igual y opuesta que ayuda a contrarrestar la deriva lateral.

Para que esta sustentación sea eficiente, la condición de Kutta asegura que el flujo de agua salga suavemente por el borde de fuga de la quilla, evitando turbulencias y pérdidas de energía que reducirían su eficacia. Esta condición garantiza que la fuerza hidrodinámica se mantenga estable y útil para el control del velero.

Gracias a la acción conjunta de estos principios, la quilla no solo resiste la deriva sino que convierte esa fuerza lateral en un impulso que, junto con la propulsión de las velas, permite que el velero avance y mantenga su rumbo.

La pala del timón

La pala del timón del velero 'Lancet', del Club Naval de Deportes Náuticos.

En la popa, la pala del timón actúa como una superficie de control móvil, diseñada para modificar el flujo de agua y transformar pequeños movimientos en grandes cambios de rumbo. Su perfil hidrodinámico, delgado y curvo, genera un ángulo de ataque entre la dirección del flujo y la orientación de la pala.

Este ángulo crea una asimetría en el flujo: el agua se acelera por el lado de baja presión (lado opuesto al sentido hacia donde la pala empuja) y se ralentiza en el lado de alta presión (lado hacia donde la pala empuja), generando una diferencia de presiones según el principio de Bernoulli. Esta diferencia produce una fuerza lateral —una forma de sustentación hidrodinámica— perpendicular a la pala del timón, que impulsa la popa en la dirección opuesta al giro, haciendo virar el barco.

El efecto Coandă contribuye a mantener el flujo adherido a la superficie curva de la pala del timón, mejorando la eficiencia en ángulos de ataque moderados. Además, la condición de Kutta asegura que el flujo salga suavemente por el borde de fuga, generando la circulación necesaria para una sustentación eficiente y minimizando la separación del flujo, que podría reducir el control.

Desde la perspectiva de Newton, su tercera ley completa el mecanismo: al desviar el flujo de agua, la pala del timón experimenta una fuerza igual y opuesta que se transmite al casco, haciendo girar al velero sobre su eje.

Cuanto mayor es el ángulo de la pala del timón, mayor es la fuerza generada, pero también mayor es la resistencia, lo que puede frenar la marcha. Un ángulo excesivo puede incluso provocar la separación del flujo, disminuyendo la eficacia de maniobra. Así, el timón equilibra precisión y eficiencia, convirtiendo las órdenes del capitán en cambios de rumbo majestuosos sobre el mar.

La resistencia

El velero enfrenta resistencias aerodinámica e hidrodinámica, claves en su rendimiento. Ajustar velas con precisión y mantener superficies limpias reducen estas fuerzas, mejorando velocidad y maniobrabilidad.

En toda travesía a vela, una fuerza sutil pero constante acompaña al velero: la resistencia. No figura en la bitácora ni se le rinde homenaje, pero cada metro avanzado implica enfrentarla. Es la suma de todas las fuerzas que se oponen al desplazamiento del velero: la resistencia aerodinámica, causada por el viento que roza las velas, la jarcia y la superestructura; y la resistencia hidrodinámica, resultado del contacto del agua con el casco, las turbulencias generadas por la quilla y la pala del timón, y las ondas que el velero deja tras su paso sobre el mar.

En ceñida, cuando las velas alcanzan su ángulo óptimo de ataque, la resistencia se percibe claramente como una advertencia: si este ángulo supera su límite, el flujo de aire se separa, disminuye la sustentación y aumenta el arrastre, mermando la eficiencia del velero. En rumbos portantes, como la navegación en popa redonda, aunque el viento empuja las velas con aparente facilidad, la resistencia hidrodinámica adquiere protagonismo. Las ondas generadas por el casco, el balanceo del barco y la menor efectividad de la pala del timón debido a la reducción de la velocidad relativa del agua desafían el control y la estabilidad.

Principios físicos como el efecto Coandă y la condición de Kutta permiten optimizar el flujo. El efecto Coandă favorece la adherencia del aire o el agua a las superficies curvas de velas y apéndices sumergidos, aunque su aplicación en velas flexibles es una aproximación práctica. La condición de Kutta, propia de perfiles más rígidos, establece el punto ideal en el que el flujo abandona las velas, minimizando el arrastre inducido y maximizando la sustentación. A pesar de estas optimizaciones, la resistencia nunca desaparece por completo. Las decisiones del capitán —el ajuste de las escotas, la superficie vélica expuesta y la configuración general del barco— determinan cuánto influye esta fuerza en la navegación.

La tercera ley de Newton lo expresa con claridad: cada acción del viento sobre las velas o del agua sobre el casco genera una reacción igual y opuesta. Así, la resistencia emerge de manera natural como resultado de interacciones fluidodinámicas, manifestándose en turbulencias, arrastre inducido y diferencias de presión que acompañan cada maniobra.

Sin embargo, cuando velas, quilla, timón y capitán actúan en armonía, la resistencia se transforma en un murmullo, minimizada por la eficiencia del diseño y la precisión de los ajustes. No detiene el avance; más bien, lo ennoblece, haciendo más valioso cada metro ganado al viento y al mar.

La sinfonía del velero

El autor del artículo surca los mares con su dotación invisible —Kelvin, Coandă, Bernoulli, Venturi, Kutta y Newton—, tejiendo la magia sublime de la física que impulsa su velero en perfecta armonía con el viento y el mar.

Bajo el cielo infinito donde el viento susurra secretos milenarios, tú, capitán soñador, tomas el timón del velero. A tu lado, una tripulación de leyes inmortales orquesta la travesía entre aire y agua: Kelvin traza la circulación invisible que sostiene velas y apéndices; Coandă guía el flujo adherido a superficies curvas; Bernoulli genera la sustentación con diferencias de presión; Venturi explica cómo la aceleración del flujo en zonas estrechas refuerza esas diferencias; Kutta establece la condición para que el flujo abandone suavemente los bordes de fuga; y Newton, con su tercera ley, convierte cada interacción en impulso, tanto en el aire que llena las velas como en el agua que abraza el casco.

En ceñida, las velas —alas de tela— cortan el viento aparente con precisión aerodinámica, generando la fuerza que impulsa el barco contra las olas. En popa redonda, se hinchan como un paracaídas, capturando el empuje bruto del viento. La quilla, firme en su misión, contrarresta la deriva, mientras la pala del timón obedece tus órdenes, esculpiendo el flujo del agua para definir el rumbo. La resistencia, fuerza inevitable del roce con el aire y el agua, desafía cada maniobra, pero tu pericia la minimiza con un trimado maestro.

Esta sinfonía de principios físicos, dirigida por tu mano, impulsa al velero, cortando las olas con elegancia y propósito.

Imagina, capitán, el horizonte incendiado por el sol, el crujido de las velas tensadas, el susurro del mar contra el casco. No estás solo: la física navega contigo. El velero no es solo madera y lona; es un lienzo vivo donde la ciencia se funde con el alma del océano. Cada ola surcada es un verso que escribes con el timón, cada virada un canto que resuena en la eternidad. Bajo tu mando, el barco no navega: vuela, impulsado por las leyes del universo y el latir de tu corazón, materializando el sueño humano de dominar el viento convertido en realidad.

Referencias

Oliver, M. (2016). Ajuste y reglaje de las velas (T. Tió-Morata, Rev. y coord.; J. Bravo-Morata, Trad.; P. González, Coord. editorial; D. Domingo, Ed.). Madrid, España: Ediciones Tutor, S.A. 🔗

Chéret, B. (2008). Las velas: Comprensión, trimado y optimización (Celsem-UPC, Trad.). Barcelona, España: Editorial Juventud, S.A. (Tercera edición) 🔗

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